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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
LXX. De las cosas que pasaron entre el gobernador y general Martín Ruiz después que llegó Saravia a la Concepción, y de cómo se despobló la ciudad de Cañete

Llegado que fué Saravia a la Concepción, lo hospedó en su casa el licenciado Juan de Torres de Vera, oidor en aquella Audiencia, en la cual posada fué regalado y servido los días que en ella estuvo, porque era generoso y muy cumplido Torres de Vera en toda suerte de cosa que hiciese. Luego otro día trató de enviar a Cañete un barco y escribir a Martín Ruiz se comunicase con Gaspar de la Barrera, que estaba en Arauco, a fin que se abriese aquel camino, y todos juntos pudiesen hacer algún efecto en la provincia. Martín Ruiz le respondió no se podían juntar, ni era posible, porque los indios tenían cerrado el camino, y que no era parte para poderlo sacar de allí, ni tratarse con él: que su señoría viese lo que era servido hiciese, porque la gente que consigo tenía estaba descontenta, y que los indios de ordinario estaban sobre la ciudad a la mira, esperando saliese gente del pueblo para dar en la parte que les pareciese podían hacer más efecto, y que de su estada allí no resultaba ningún provecho [a] aquella provincia para traer los naturales de paz. Saravia, viendo esta carta, trató con sus amigos lo que podía hacer: de esta plática, después de resumido en lo que le pareció para cumplir con los oidores y pueblo, resultó que hizo junta otro día en su casa de los capitanes que en aquella ciudad estaban, y oficiales del rey y señores oidores se hallasen presentes para más autoridad. Propuesta su oración en general, les dijo que Martín Ruiz le había escrito no podía dar socorro a la fuerza de Arauco por efecto de no hallarse con gente; que le parecía, puesto era así, se debía dar orden cómo dalle remedio, antes que los indios pusiesen cerco [a] aquella fuerza, porque no les podía dar socorro, ni era posible en el tiempo presente ni aun el año de adelante, pues estando seis leguas de ellos Martín Ruiz no lo había podido hacer con ciento y cincuenta soldados que tenía: que les rogaba le diesen su parecer de lo que podía hacer al presente que más acertado fuese, y que si convenía despoblar aquella fuerza se lo dijesen, y la ciudad de Cañete también, y claramente dijese cada uno su parecer de lo que entendía; que él pretendía reparar lo demás, [mas] no se hallaba con gente para poderlo hacer, y que con la que allí estaba se podía sustentar lo poblado, y que no parasen en decir que era flaqueza despoblar aquella ciudad y fuerza de Arauco, que de ello él daría cuenta y descargo al rey.

Los que allí estaban, que eran soldados, le dijeron que en despoblar aquella ciudad no se perdía cosa alguna, pues siempre que hubiese gente se podía volver a poblar, y que era gran costa a la hacienda real sustentar allí doscientos hombres de bastimento por la mar y ropa de vestir, sin que de ello resultase ningún aprovechamiento al rey ni a los vecinos de ella, pues no había granjas, ni heredamientos, ni casas que tuviesen edeficios razonables, sino solamente unos paredones mal reparados, y no podían hacer simenteras ni criar ganados: que todo se les había de llevar por la mar a mucha costa, y que sacándolos de allí, con ellos reparaba las demás ciudades que estaban faltas de gente; y que los que estaban en la fuerza de Arauco no hacían ningún efecto que bueno fuese para el reino, más de estarse allí metidos, donde podía ser perderse. Los oidores eran de contrario [parecer], que no quisieran se despoblara aquella fuerza, sino que se sustentara, como ellos lo habían hecho en su tiempo, e pesábales se perdiese.

Oído el parecer de todos, Saravia mandó a aderezar una fragata y dos barcos para que fuesen a la isla de Santa María, que está de la playa de Arauco dos leguas, y allí tomasen lengua si estaba cercada aquella fuerza o no, y con una carta suya envió a Juan Álvarez de Luna, con orden que, si no estuviese cercada, viniese de noche a la playa y echase dos indios en tierra que sabían el camino, y pagados, porque con mejor voluntad lo hiciesen, y diese aviso con uno de los barcos a Martín Ruiz, que estaba en Cañete; escribiéndole Saravia que ningún socorro le podía dar, que mirase lo que le convenía hacer, como hombre que lo entendía y tenía la cosa presente, hiciese lo que le pareciese más acertado. Martín Ruiz quisiera que Saravia le mandara despoblar claramente, el cual no le quería decir lo hiciese, porque no pareciese se lo mandaba, sino que él de su autoridad lo hacía. Martín Ruiz le respondió se aclarase su señoría, porque él no se podía sustentar, y que si quería se despoblase aquella ciudad se lo mandase por mandamiento, y si no lo quería hacer, que él de su voluntad se estaría allí todo lo que le sucediese hasta ponerse en lo último, y que le parecía que primero que él saliese, se diese orden en la fuerza de Arauco, porque saliendo de aquella ciudad era cierto los indios habían de ir sobre ella. Esta carta recibió el gobernador en respuesta de la suya, y decía eran muchas prevenciones las de Martín Ruiz, porque decía no quería hacer cosa que le parase perjuicio adelante. Al capitán Gaspar de la Barrera le escribió que de ninguna manera le podía dar socorro más de aquel que le enviaba con la fragata y barco, ni Martín Ruiz, que estaba en Tucapel, se lo podía dar por tierra; que viese lo que le convenía: no diciéndole que desamparase la fuerza, sino que no le podía socorrer. La fragata y barco llegaron a la playa tres horas de noche; luego echaron en tierra los dos indios: éstos fueron con la carta al fuerte sin hallar estorbo alguno. Llamaron a la puerta, la vela dió aviso, el capitán mandó entrasen y juntos todos los soldados leyó la carta de Saravia. Tratando luego en lo que harían, les pareció no perder tan buena oportunidad como tenían delante, y así todos juntos se resumieron de embarcar el artillería, municiones, con el servicio y todo lo demás que tenían, e irse a la Concepción. Por mucha prisa que se dieron, no pudieron despacharse con tanta brevedad que, cuando lo acabaron de llevar a la playa y embarcar, ya era de día. Los indios, cuando reconocieron que se iban, comenzaron a juntar [se] para pelear con ellos, por ser aquel valle muy poblado de gente. Los soldados, después de embarcada la artillería con lo demás, vieron los indios que se venían acercando a ellos, apellidándose unos a otros. Allí se vió algunos soldados, queriendo embarcarse con más prisa de la que la necesidad les compelía, dejar sus caballos en la playa con silla y freno sin se lo quitar, que aunque veían a otros más reportados y sin alteración darse maña a lo que tenían presente, no aprovechaban delles más ánimo del que ellos tenían, y así se embarcaron treinta y seis soldados que eh aquella fuerza estaban. Dejaron sesenta caballos en la playa, muchos de ellos muy buenos: levantando velas, se vinieron a la Concepción. Los indios tomaron todos los caballos, y fueron al fuerte a quemarlo y ponerlo por tierra, como lo hicieron; de los caballos los más de ellos comieron, algunos dejaron para su servicio. Saravia, después de despoblada aquella fuerza, envió un barco a Martín Ruiz, dándole cuenta de ello para que no estuviese atenido a lo que de ates había dicho, volviéndole a decir no le podía socorrer. Martín Ruiz hizo de todo una información, como él la quiso ordenar, aunque al dicho de algunos de quien yo me informé fué verdadera, para su descargo adelante, si en algún tiempo se lo pidiese, en la cual se contenían muchas cosas. Comunicándolo con todos los que en la ciudad estaban, y tratando de lo que se podía hacer, se resumieron irse a la Concepción. Mandó luego embarcar las mujeres, niños, con las demás alhajas que cada uno tenía, no dejando en tierra cosa alguna, sino los caballos, que fué harta pérdida, porque quedaron trescientos caballos, los mejores del reino, sueltos por aquel campo: mirando, mudes de ellos al navío a la vela, hacían grandísima lástima a cuyos eran, pues sabían no habían de haber otros tales como los que dejaban es poder de aquellas bárbaros. Los indios, corno los vieron embarcar, vinieron a la ciudad a quemar las casas y derribar los edeficios a vista de los cristianos: ¡tanta era la enemiga que con ellos tenían!; otros fueron a los caballos y tomaban de ellos todos los que podían llevar. No sólo tuvieron este suceso adverso, mas al salir a la mar, como el navío iba tan cargado y balumbado, un golpe de mar le echó tan a la costa, que casi acostado del todo estuvo para perderse, y por la mucha presteza de los marineros que lo regían, escapó. Después, con buen tiempo, llegó a la Concepción otro día, y queriendo surgir en un río llamado Andalien, que entra en la mar junto a la ciudad, tocó en tierra, y al momento se trastornó y quedó al través, que parecía arte la fortuna buscando en qué hacer daño al gobernador Saravia, y por su respeto, a todo el reino de Chile, por seguir su opinión, que era amigo de ella en toda suerte de cosa. Perdiéronse cuatrocientas hanegas de trigo que en él venían para el sustento de aquella ciudad.