ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XXII. De cómo vino de el audiencia de lo reyes proveído Villagra por corregidor de todo el reino, y de lo que hizo

Como fueron llegados los vecinos de la Concepción a la ciudad de Santiago tan desbaratados y perdidos, llegó luego desde a poco un mercader llamado Rodrigo Volante que venía de el Perú. Este trajo a Villagra una provisión de el Audiencia de los Reyes, en que aquellos señores le nombraban por corregidor de todo el reino. Recibióse en el cabildo conforme a la orden que se tenía, y a su proveimiento tuvo así mismo nueva del mercader cómo su majestad había proveído en España a jerónimo de Alderete por gobernador, sabida la muerte de Valdivia, y héchole mucha merced, en que le había dado un hábito de Santiago y título de Adelantado, lo cual Villagra no podía disimular sin que diese a entender el degusto que recibía, porque esperaba que Gaspar Orense le negociaría la gobernación para él, como atrás se dijo.

Estando en Santiago tratando en esta cosas y otras, los indios de Arauco, viendo los buenos sucesos que habían tenido en la guerra, se levantó entre ellos un indio llamado Lautaro, mancebo belicoso. Éste, ensoberbecido con otros como él, se juntaron número de trescientos indios e, informados de la disposición de la tierra, sabiendo por mensajeros la voluntad que tenían los indios de Santiago para alzarse, tomaron aquel camino con intención de hacer mal a cristianos en todo lo que pudiesen. Caminando cada día se le juntaban más, entendida la demanda que llevaba; y teniendo plática que en el río de Maule sacaban oro algunos cristianos, bien descuidados, llegaron una noche sobre ellos y al amanecer dieron en el asiento que tenían. Levantando una grita como lo suelen hacer, los mineros salieron huyendo; de éstos mataron dos, los demás se escaparon por el monte; los muertos no eran hombres de cuenta. Tomaron algunas mujeres indias de la tierra que tenían de su servicio y toda la herramienta con que sacaban el oro. Con esta presa, el Lautaro, como era ladino en su lengua, hizo una oración a los indios que allí estaban, enviándolos por mensajeros a sus caciques que de su parte les dijesen él había venido a aquella provincia para quitarlos del trabajo en que estaban: que les rogaba se viniesen a él llamando a sus comarcanos, porque tenía deseo de les hablar a todos juntos y tratar en cosas de su libertad.

Llegada y extendida la nueva por la provincia, vinieron muchos principales e indios a ver gentes que tan grandes victorias habían tenido de cristianos. Estando todos juntos, el Lautaro tocó la trompeta que traía de las que en la guerra había ganado; después de haberla tocado subió en su caballo, y puesto en medio de todos, porque le pudiesen mejor ver y oír, les comenzó a hacer una oración con palabras recias y bravas, poniéndoles por delante la miseria y cautiverio que tenían, y que él, movido de lástima, había salido de su tierra a procurarles libertad; y pues veían cuán oprimidos estaban, tomasen las armas y se juntasen todos, que con la orden que él les daría no dudasen de pelear, porque convenía así para alcanzar su deseo, y que echarían a los cristianos de toda su tierra, pues ellos eran hombres y tenían tan grandes cuerpos como otros indios cualesquiera. Con sus pies y manos libres, ¿en qué les podían ellos hacer ventaja, pues todos eran unos y parientes antiguos? Y que bien habían sabido las muchas victorias que los indios de Arauco habían tenido de cristianos, y cómo se habían libertado con las armas, que les rogaba las tomasen y enviasen mensajeros los unos a los otros para que todos con una voluntad tomasen aquella guerra. Los indios, animados con esta plática que les hizo el Lautaro, le dieron por respuesta que en todo lo que les mandase le obedecerían y harían su voluntad y le agradecían mucho el trabajo que había tomado por su remedio.

Luego el Lautaro tomó plática de la tierra, y reconociendo la disposición que en sí tenía, llegó a un llano donde les mandó, por ser lugar conveniente, que con las herramientas que tenían hiciesen un foso conforme al lugar que les señalaba, cercado de hoyos grandes a manera de sepulturas, para que los caballos no pudiesen llegar a él; y así mismo les dió orden que trajesen bastimentos para todos, repartiéndolo entre los señores principales por su orden; y como era hombre de guerra, les dijo que no tuviesen duda, sino que los cristianos en sabiendo que estaban allí, habían de venir a pelear con ellos, y que peleando a su ventaja, como las demás veces lo habían hecho, tendrían cierta la victoria; diciéndoles que los cristianos, aunque eran valientes, no sabían pelear ni tenían orden de guerra, y que andaban tan cargados de armas que a pie luego eran perdidos; que la fuerza que tenían era los caballos, y que para pelear con ellos en aquel fuerte, de necesidad los habían de desamparar y pelear a pie.

Francisco de Villagra tuvo luego nueva de lo que el Lautaro hacía, que parecía los indios le tenían tan ganada su fortuna, que lo venían a buscar, y para reparo de lo que podían hacer, envió a Diego Cano con veinte hombres a caballo. Los indios pelearon con él al paso de una ciénaga en un monte y le mataron un soldado. Diego Cano se retiró a mejor puesto; los indios desollaron el muerto y, lleno el pellejo de paja, lo colgaron en el camino, de un árbol.

Extendida esta nueva por la provincia, tomaron más reputación. Villagra que lo supo, envió al capitán Pedro de Villagra que en la ciudad Imperial había sido su teniente, hombre plático de guerra, porque se venía alzando la provincia, con treinta y cuatro soldados. El Lautaro, como tuvo la nueva, se recogió a su fuerte, y mandó que no les estorbasen el caminar, sino que los dejasen llegar a donde él estaba, y que cuando tocase la trompeta saliesen a pelear por las partes que les señalaba, y cuando la volviese a tocar, se retirasen. Con esta orden esperó lo que Pedro de Villagra haría; el cual llegó y se puso a caballo con toda su gente en un alto junto al fuerte, y mandó a quince soldados se apeasen y llegasen a reconocer de la manera que estaba; con éstos se apearon otros que no se quisieron quedar a caballo. Los indios los dejaron llegar y desque estuvieron junto al fuerte, tocando su trompeta salieron por dos partes, como les estaba señalado; tomándolos en medio pelearon lanza a lanza; los cristianos mataron algunos con los arcabuces. Allí fué cosa de ver un soldado esclavón de nación pelear tan bravamente, que al indio que con su espada alcanzaba lo cortaba de tal manera, que si le daba por la mitad de el cuerpo lo cortaba todo, y al respeto por cualquiera otra parte, llamado de nombre Andrea, valentísimo hombre; de tal manera peleaba que aunque quebró su espada, no osaban los indios llegar a él: ¡tanto temor le tenían!

Viendo Pedro de Villagra que no se hacía efecto y que le herían la gente, los comenzó a retirar. Los indios, que serían número de seiscientos, vinieron tras ellos con tanta determinación que a un soldado natural de Zamora, llamado Bernardino de Ocampo, que había peleado con una espada y rodela valientemente,. teniendo ojo en él -llevaba su rodela a las espaldas, porque le guardase aquel lugar de las flechas- un indio le alcanzó y le asió de la rodela con tanta fuerza que quebrantó la correa con que iba asida, la sacó y se la llevó. Pedro de Villagra se retiró tanto como un tiro de arcabuz, que era ya tarde; y otro día con nueva orden volver a pelear. El Lautaro, conociendo que estaba allí perdido, se salió aquella noche del fuerte y se fué al río de Maule, diciendo que él había visto la disposición de la tierra y que era a propósito para hacer la guerra por ser abundosa de bastimentos; animando a los principales dijesen que compelidos no habían podido hacer menos, porque el Lautaro no los destruyese.

Pedro de Villagra fué luego por la mañana a ver el fuerte. No los hallando en él, se informó iban la vuelta de Maule y no los podían alcanzar, porque iban para su seguridad por el camino de el monte y malos pasos para caballos. Se volvió a la dormida; después de haber hablado a algunos principales, se fué a Santiago. En la cual jornada, entre los émulos que tenía, perdió de la reputación en que estaba de hombre de guerra.

Francisco de Villagra luego a la primavera, como vió que no había movimiento alguno en los términos de Santiago, se determinó ir a la ciudad de la Serena, porque de aquella ciudad por muchas cartas le enviaban a llamar, diciéndole que para la quietud de el pueblo convenía residiese algunos días allí. Villagra, a lo que se entendía de él, lo deseaba, porque Aguirre era hombre bravo y de grande ánimo, y le pesaba mucho sufrir mayor; por este respeto se fué a Copayapó para estarse en aquel valle mientras Villagra tuviese mando. Villagra salió de Santiago con treinta soldados, sus amigos; aunque en el camino tuvo algunas armas, diciendo Francisco de Aguirre venía a meterse en la Serena antes que él entrase -que todo fué echadizo- supo cierto estaba en el valle de Copayapó. Llegado que fué al pueblo, le envió a rogar viniese a su casa, porque de su estada allí tanto tiempo los indios eran vejados, y que por el bien de ellos y descargo de su conciencia estaba obligado a decírselo. Aguirre, como en su pecho tenía determinado de no verse con hombre que tan odioso era para él su nombre, lo entretenía con razones aparentes en su descargo. Viendo que en tres meses que había estado en el pueblo no podía persuadirle viniese a él, se determinó personalmente ir allá, y si lo esperara en Copayapó castigarlo por justicia, porque tenía consigo gente la que había menester, y más la voz del rey que llevaba. Por otra parte, si Aguirre no lo esperaba, y se retiraba a los Diaguitas o Juries, era imposible venir a sus manos.

En este tiempo que trataba de la partida, llegó por el despoblado un soldado, que lo enviaba el marqués de Cañete, visorrey del Perú, en que les hacía saber la muerte de jerónimo de Alderete, y que en esta ausencia había proveído por gobernador de Chile a don García de Mendoza, su hijo. Aguirre recibió la carta de el marqués, y escribió a Villagra diciéndole mirase cómo eran tratados, porque en el sobre escrito decía: "Muy noble señor". Villagra calló al sobre escrito de su carta, diciendo que de cualquier manera que el señor visorrey le tratase era mucha merced que le hacía, y así salió a recibir al mensajero una milla de la ciudad con trompetas; y después de ser informado de todo lo demás que quiso, le mandó dar quinientos pesos en un pedazo de oro; y porque estaba un navío en el puerto de aquella ciudad y de partida para el Perú, no quiso ir a la ciudad de Santiago, sino volverse al Perú, pues llevaba respuesta de su embajada. Villagra escribió al visorrey, y a don García, su hijo, y se volvió a Santiago con la gente que tenía y con los que le quisieron seguir. Subió a la ciudad Imperial para dar nueva de lo proveído para Chile.

Después de haber caminado cien leguas y llegado y tratado lo que el visorrey le escribía, y proveído tenientes de corregidor para en cosas de justicia sobre los alcaldes, se volvió por el camino que había llevado hasta el río de Maule. Pasando su camino por los Promacaes topó con el capitán Juan Godíñez, que iba con veinte hombres en busca de Lautaro, porque este indio, llegado que fué a su tierra, dió nueva de la fertilidad de Santiago y de la voluntad que había hallado en los indios para echar de su tierra a los cristianos; con esta nueva se le juntaron muchos indios valientes y briosos, con los cuales dió vuelta a los términos de Santiago y desasosegaba aquella provincia.

Pues como se topó Villagra con Juan Godíñez, después de informado de la tierra que Lautaro tenía y donde al presente estaba, caminaron juntos a dar sobre él, con guías que los llevaron por buen camino toda la noche, y a la que amanecía llegaron a un carrizal, donde estaba con sus indios bien descuidado y durmiendo, porque fué tanta la presteza que llevaron caminando, que el Lautaro no pudo tener aviso. Luego se apearon cincuenta soldados con los indios que llevaban por amigos, y dieron en ellos. Los de guerra tomaron las armas para pelear; hallándose cercados de cristianos pelearon con grande determinación, dando y recibiendo muchas heridas. El Lautaro quiso salir de una choza pequeña donde estaba durmiendo, y fué su suerte que un soldado, hallándose cerca sin lo conocer, le atravesó el espada por el cuerpo. Los indios, viéndose sin capitán ni trompeta que los acaudillase, pelearon tan valientemente sin quererse rendir, que un soldado, hombre noble, llamado Juan de Villagra, queriendo temerariamente entrar en ellos al pasar de una ciénaga, confiado en un buen caballo que llevaba, fué muerto en presencia y a vista de muchos que aunque quisieron dalle socorro no lo pudieron. Murieron en este asalto más de trescientos indios, sin otros muchos rendidos y castigados.

Quedando aquella provincia castigada y puesta en quietud se fué a Santiago, donde estando bien descuidado oyendo misa en San Francisco, le llegó una carta en que por ella le decía un estanciero que residía cerca de Santiago, había llegado a su asiento un capitán con muchos soldados, y que traían arcabuces y otras muchas armas, y que decían [que ] don García de Mendoza quedaba en la ciudad de la Serena. Luego tras esta carta llegó a la ciudad de Santiago Juan Ramón, que venía por maestro de campo, y traía consigo treinta hombres, con orden de recibirse en nombre de don García en aquella ciudad. Fuése apear a las casas de Villagra, y envió a San Francisco a un hidalgo llamado Vicencio de Monte, natural de Milán, a quien Valdivia había hecho vecino en !a Concepción. Este entró en la iglesia, y después de haberle saludado, le dijo que el capitán Juan Ramón sería breve allí, dejándolo en sus casas, que son mañas secretas que muchos hombres tienen. Después que oyó misa se fué a su casa, en donde le estaban esperando; llegado a la puerta le salió a recibir Juan Ramón, y le dijo traía orden de don García de Mendoza que su merced mandase juntar el cabildo, y todos juntos verían los poderes que de el marqués de Cañete, visorrey del Perú, traía, y los que a su hijo don García había dado de gobernador de Chile. Juntos en cabildo recibieron a Juan Ramón en nombre de don García, por poder suyo. Luego que fué recibido prendió a Villagra, y le puso guardas porque no hablase con él ninguna persona; y otro día, luego por la mañana, lo llevó a la mar y embarcó en un navío que para el efecto don García desde la Serena había enviado, y lo entregó al maestre, que se hizo a la vela con él. De esta manera acabó Villagra su representación de fortuna, tan contraria cuanto le había sido favorable para traerle siempre en cargos honrosos.